Las rosquillas tontas y listas, junto con las francesas y las de Santa Clara, son de los más famosos productos gastronómicos tradicionales madrileños, que se acostumbra a consumir en el periodo que oscila entre el primero de mayo y el final de las Fiestas de San Isidro Labrador. Las fiestas de San Isidro se solían acompañar con diversas rosquillas compradas en estantes en los que se ofrecían ensartadas en un bramante. En la actualidad este tipo de rosquillas es muy habitual en las pastelerías de Madrid durante el mes de mayo.
En algún momento no determinado por las fuentes, se dice que asistía a las celebraciones de San Isidro una mítica vendedora llamada«Tía Javiera», que procedía según unos de Fuenlabrada y según otros de Villarejo de Salvanés, afamada por sus rosquillas. Tal era la fama que pronto los tenderetes vendían sus rosquillas afirmando ser familiares de la Tía Javiera. Esto hizo que se creara un sainete antiguo que rezaba:
Pronto no habrá, ¡Cachipé! en Madrid duque ni hortera
que con la tía Javiera emparentado no esté.
Hasta que otra rosquillera de Villarejo colocó en su tenderete un cartel que decía «Yo, como la verdadera tía Javiera, no tengo hijas ni sobrinas».
Las rosquillas de la Tía Javiera como las denominadas tontas y listas, así como las de Santa Clara eran muy populares en la celebración de las fiestas de San Isidro. Este tipo de rosquillas se solía acompañar de vino blanco de Arganda.
Todas se componen de la misma base, diferenciándose unas de otras simplemente en su acabado final. Las rosquillas tontas no llevan ningún acabado, no van bañadas, de ahí su nombre indicando la simpleza de su masa. Las listas van bañadas con un azúcar fondant (elaborado con un sirope de azúcar, zumo de limón y huevo batido) del color que se les quiera dar, es habitual el amarillo. Las de Santa Clara están recubiertas con un merengue seco, originalmente blanco. Finalmente, las francesas se acaban con un rebozado de granillo de almendra.
Las Rosquillas de Santa Clara son un dulce típico de la culinaria madrileña sobre todo en las celebraciones de las fiestas de San Isidro Labrador en las praderas de San Isidro (cerca del 15 de mayo). La fama y el nombre lo reciben de las monjas que las elaboraron en el siglo XV. Doña Catalina Núñez, esposa de Don Alonso Álvarez de Toledo, contador mayor del reino de Don Enrique IV, se retiró al Monasterio de la Visitación de Nuestra Señora de las Monjas Franciscanas comúnmente conocidas como Monjas de Santa Clara. Esta monja hizo que las rosquillas tuvieran fama entre los madrileños, lo que hizo ganar dinero a las monjas para sus obras de caridad.
Las rosquillas “francesas” poseen su origen en la esposa de Fernando VI, Doña Bárbara de Braganza, que no encontraba de su gusto las rosquillas tontas ya que le parecían demasiado simples de elaboración. Fue en aquella época cuando su cocinero de la cortes (posiblemente francés) le preparó una mezcla de almendra y azúcar, que tuvo bastante éxito en Madrid.
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