Este suero de leche se bebía habitualmente ya en la Edad Media, siendo en Gran Bretaña bebida de pastores y lecheras durante cientos de años. A finales del siglo diecisiete y principios del dieciocho pasó a ser bebida de moda en las grandes ciudades. Extendido por todo el mundo entró a formar parte de elaboraciones tradicionales como cuajadas en Oriente Medio o preparaciones como hangop típico de los Países Bajos.
Tras unos años de decadencia y en donde se incluyó casi exclusivamente en la fabricación de productos alimenticios pero no a consumirse como tal, resurgió como una alternativa saludable a la leche entera pues tenía muchísima menos cantidad de grasa, siendo su sabor un poco amargo menos empalagoso y más interesante que la leche de vaca desnatada. En la actualidad lo que se vende por buttermilk es en realidad leche desnatada fermentada con un tipo de bacterias denominadas estreptococos que producen una transformación de la lactosa en ácido láctico, pasando posteriormente a ser tratada con calor para detener la acción bacteriana y frenar la fermentación.
En repostería se usa frecuentemente para aumentar la esponjosidad y mejorar el sabor en preparaciones tales como bollería o bizcochos y aunque no es fácil encontrarlo, cada vez son más los establecimientos que ya cuentan con él en sus estanterías.
BUTTERMILK CASERO
- 250 ml. de leche desnatada o semidesnatada
- 1 cucharada de zumo de limón (Medida americana 15 ml.)
Echar el zumo de limón a la leche. Revolver y dejar reposar durante 10 minutos a temperatura ambiente. Tendrá la apariencia de leche cortada o yogur muy líquido. Ésta es la textura que queremos obtener, revolverla y utilizarla directamente. No es necesario colarlo.
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